domingo, 5 de octubre de 2014

SI REALMENTE AMAS EL ARTE. LAS EXPOSICIONES MASIVAS...

A medida que avanza el siglo XXI, cada vez más personas en todo el mundo están descubriendo la existencia del arte. Los museos, las ciudades y los yacimientos arqueológicos registran espectaculares cifras de asistencia. El interés por cualquier tipo de arte no para de crecer y a menudo se concentran auténticas multitudes, cual peregrinos en grandes festividades religiosas, en instalaciones artísticas.

Elsa Zambrano. Museo imaginario, 2011-2013. La Gioconda.


Cuando apenas quedan 4 días para el final de la muestra de Salvador Dalí en el Museo Reina Sofía (el último día es el 2 de Septiembre), es sorprendente que pueda alcanzar las cifras de 750.000 visitantes, superando con mucho las expectativas puestas en ella por parte de los organizadores y rebasando las cifras de otras exposiciones celebradas en cualquier museo de Madrid. Desde el pasado 27 de abril en que fue abierta, la exposición ha tenido una gran afluencia de visitantes, de tal forma que ya el primer fin de semana se convirtió en una de las más concurridas con cerca de 16.000 personas. En jornadas de diario el aforo ha estado limitado a 6500 personas, que tenían la entrada comprada con anticipación o que se resignan a esperar en colas de dos horas a que se abra la franja horaria gratuita de 19:00 a 23:00.

Colas para entrar a la exposición de Dalí.


Ante tal excitación de público, puede parecer absurdo que vea con alarmismo este entusiasmo. Desde luego que es gratificante ver la fascinación que despierta Dalí y su obra. No obstante, cuanto más observo a los visitantes agolpándose para asistir a ésta u otras exposiciones masivas recientes, menos convencido estoy de que estén prestando al arte la atención que merece.

El Metropolitan de Nueva York cual Centro Comercial en hora punta.


La mayoría de la gente que asiste a estas exposiciones masivas, las recorren con una velocidad desconcertante, agolpándose ante determinadas imágenes antes de reemprender su frenética marcha. Les han dicho que tienen que ir y ahí están. Pero ni se toman un lapso de tiempo necesario para contemplar las obras, ni es posible hacerlo con la tranquilidad de ánimo que la ocasión requiere ante la multitud que transita, ni están preparados para otra cosa que para contemplar sin saber lo que están viendo y conformarse con un "Me gusta o no me gusta" y poner una muesca más en su "revolver de exposiciones".

¿Quién puede disfrutar viendo así una exposición? Colas fuera y colas dentro para recorrer la muestra.



Otros de los visitantes son víctimas de nuestro tiempo. Piensan que lo que han ido a ver se puede asimilar en un solo instante, el que se tarda en decidir si la obra que tenemos delante merece o no nuestro interés. Demasiado superficial. Es el mal de nuestra cultura moderna, que avanza a base de estímulos visuales rápidos. Las imágenes nos asaltan en cada esquina de una ciudad: en las calles, en el metro, en los escaparates de las tiendas... La publicidad bombardea nuestros ojos, pidiéndonos a gritos la reacción más rápida posible. La televisión, internet y nuestros móviles nos presentan millones de imágenes que nos exigen una respuesta instantánea sin reflexión: un "me gusta", un "favorito", un "compartir" un "retwitt", un "emoticón", un "whatsapp"..., pero no nos piden que reflexionemos o que aprendamos o que, simplemente, entremos en una comunión con lo que observamos.

Una broma. El clásico wasapeo al que no renuncia ni la bella joven del museo.



Hay entre el público quienes creen encontrar una solución a su falta de conocimientos y a la impaciencia de pasar a la siguiente obra. Para ellos la panacea es la audioguía, ya que proporcionan al visitante comentarios instantáneos sobre un número determinados de obras. Pero... ¿Realmente sirven siempre? Las hay muy buenas, pero mi experiencia es que fomentan la pasividad crónica del observador. ¿Cómo se puede formular un auténtico juicio personal cuando la voz que te susurra al oído te está diciendo exactamente qué debes pensar? En todo caso, no niego su valor y pueden ser un recurso que nos permita obtener algunos datos y que nos aísle del tumulto.

Algunas audioguías pueden aportar imágenes y recreaciones, además de sonido. En el Louvre viendo La coronación de Napoleoón.



Para involucrarnos con la verdadera sutiliza del arte debemos estar dispuestos a detenernos y a concentrarnos en la obra que tenemos ante nosotros. Examinar con detenimiento, dedicando el tiempo necesario para que penetre en nuestra conciencia, constituye una actividad difícil por los hábitos generados por nuestra vida moderna. Tomémonos ese tiempo. Asistamos a esas exposiciones multitudinarias, pero también asistamos a los museos cuando no estén de "moda", cuando no haya un gran evento, y quizás podemos contemplar las mismas obras o parecidas obras con el rigor que se merecen.

¡Por Dios, qué a gusto se ven así las obras!


Pero también, para que la experiencia sea completa y nos sintamos atrapados por el arte, salgamos de casa con un armazón teórico. Informémonos previamente de lo que vamos a ver. Profundicemos en el conocimiento, puesto que sólo conociendo se ama. Y acerquémonos a la obra para iniciar el verdadero proceso de introducirnos en su mundo y viajar por su interior. Dejémonos atrapar por ese instante mágico en que se produce no sólo la seducción por una imagen sino el amor por la misma.

Acerquémonos a las obras. Viajemos a su interior o al otro lado del espejo. En la Tate Gallery de Londres.



Es verdad, que esa experiencia que pido viva a quien me lea es algo muy difícil de conseguir. Es comparable a un éxtasis y sólo se da en contadas ocasiones y circunstancias, pero cuando llega no se olvida. La última vez que me ocurrió algo parecido fue en Londres y en un lugar donde no lo esperaba. Estaba visitando el Imperial War Museum, un museo hecho para recordar las guerras del siglo XX, cuando al consultar los paneles de información sobre lo que se podía ver en cada piso, vi que existía una sala de pintura de John Singer Sargent. Sólo entonces recordé que allí se hallaba, tan olvidado que hasta yo mismo lo había hecho, el monumental cuadro “Gaseados”, realizado por este pintor en 1919 como grito de horror ante los desastres de la Gran Guerra.

Entre tanta sala sobre la guerra ¿Sargent? ¿Cómo puede ser? Entre la Guerra Secreta y los Crímenes contra la humanidad.



No fue fácil llegar hasta él. Tuve que buscar y finalmente preguntar a alguien del museo porque está ubicado en una sala medio escondida. Sólo cuando llegué a él, comprendí que quien buscó ese lugar en el museo, lo hizo con buen criterio. Al estar a trasmano de todas las salas de máquinas y uniformes, lo que fue una dificultad para encontrarla se convirtió en una ventaja y pude contemplar con detenimiento la obra sin gente. Allí estaba, presidiendo la habitación, con sus más de seis metros de largo. Montones de soldados, con los ojos vendados, ciegos por los gases utilizados en la guerra. Echados o recostados en espera de ser atendidos. Una fila de ellos, guiada por un enfermero, avanza torpemente por en medio enlazados por el sistema de tocar a su compañero de delante por el hombro. Posiblemente estuve más de cinco minutos, aislado del mundo, recreándome en el cuadro. La escena resultaba sobrecogedora, uno de esos cuadros que no se borran de la mente.

John Singer Sargent. Gaseados, 1919. Óleo sobre lienzo, 2, 31 x 6,11 metros. Imperial War Museum, Londres.



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